La primera vez que lo vi, fue como mirar el fuego.
Sería una estupidez llamarlo amor: fue más intenso. Nos miramos y me dolió en el cuerpo la certeza, la sombra de fatalidad de que si tomaba ese camino algo inolvidable, intenso, triste, y no correspondido iba a pasar. Pero ya no podía elegir, entre nosotros flotaba un contrato imposible de desoír, un propósito que no debíamos ignorar. Nos vimos y sentí que todo se cargaba de sentido, que iba a querer y a sufrir como en los cuentos. Esos ojos arrastraban historias que yo podía intuir. Una mirada me bastó para saber qué me hubiese gustado pasar el resto de mi vida con él.
Hasta entonces creía que las pasiones incontrolables se restringían a las películas o a la literatura isabelina; que dar tus últimas creencias por cariño no era posible, que eran pendejadas de las telenovelas de bajo presupuesto. Que a los protagonistas de esas historias les tocaba vivir amores edulcorados, irreales, impostados.
Quizá solamente estaba desencantada porque a mí nunca me habían tratado así, quizá estaba cínica porque yo misma no había sentido esa intensidad de las novelas con nadie. Pero cuando tuve a Andrés enfrente mío, una mirada bastó para demoler mis ideas. Una mirada para rendirme, (pero eso pasó, hace mucho ya) – estaba en el inquilinato de las cosas que no eran posibles, porque él me hace sentir como los héroes a las damiselas de la literatura.
Nadie me había mirado con tanto sentido. Todo valía nada comparado con el nudo en el estómago que me había provocado este hombre sin siquiera tocarme. Cuando decidí hacer algo por intercambiar tiempo con el, y conocerlo, no podía imaginar el peso que tendría esa pequeña decisión. Si hubiera elegido otro tiempo, diferente habría sido la historia. Son ridículas las decisiones que pueden cambiarnos la vida, nos gusta pensar que elegimos sesudamente, pero no, las cosas más triviales son las definitorias. Como cruzar una calle en el momento exacto en que un auto pierde el control, abordar el taxi equivocado o irnos a dormir sin saber que hay una pérdida de gas.
Esta es la historia de cómo volver a un lugar, configuró los siguientes dos meses de mi vida, no es una historia de amor. Me recuerdo junto a el, en un banco tomando cervezas, mirando las estrellas o mirándonos a los ojos sin saber qué hacer si alguna vez nos pasa algo y nos perdemos, habiéndonos olvidado quiénes somos el uno sin el otro. Y después del subidón siempre viene la bajada, empinadísima: vas a sentir que se te abre el piso, que se raja la tierra y que llegó el fin del mundo.
Andres C. Te escribo porque me hubiera gustado que alguien me advirtiera. Te escribo lo que me hubiera gustado que alguien me escribiese a mí.
Sé que creés que sabés la historia, pero déjame contarte cómo la he vivido yo realmente. No sé si alguna vez me voy a animar a que esto llegue a tus manos, no sé tampoco por qué quiero que me leas: a veces siento que es porque el tiempo ya es demasiado corto, porque me hiciste de alguna manera, feliz. A veces siento que llegue para salvarte, porque quiero convencerme de que el hecho de que salieras conmigo no fue premeditado. A veces quiero creer, que este sentimiento te atrapó como a mí, que fuiste otra mosca en una red pegajosa, a la que se le secuestró la voluntad, que el destino te formateó el deseo, que te encaminó hacia a mí. Siempre te voy a admirar, estoy casi segura de que esto lo sabés.
En aquella primera cita, en aquel bar, no olvido que después de sacar un papelito y una lapicera me escribió un simple, pero adorable, eres muy guapa.. fue algo corto, pero era para mi. Cuando iba de regreso a casa me tome unos minutos para entender todo lo maravilloso e inesperado del encuentro con el. Fue imposible disimular mi sonrisa cuando quedé sola, pensaba no puede estar pasándome esto, tiene que ser mentira. Las similitudes con Andrés eran demasiadas, éramos gemelos perdidos. Por fin alguien me conmovía. Alguien, por fin, era candidato para deshelarme. Mientras volvía a mi casa, maravillada porque no había esperado nada así de un hombre como el, cosas que no podía esperar del resto de los hombres que conocía entonces. No escribimos mucho por teléfono. Y así inauguramos estos meses juntos: cada vez que se, que tenía tiempo, aprovechaba para escribirme.
Se acercaba el 24 de diciembre, las salidas, las despedidas y los encuentros familiares, los abrazos, emotivos o de puro borrachos. Pero antes, tenía que despedirlo como se lo había prometido. Impregnada con la idea de haber encontrado a una persona que cabía perfectamente donde hasta entonces solo había vacío, a un hombre que por fin me interesaba, no lo pensé dos veces y me decidí por seguir compartiendo tiempo con el. Dos meses de hablar y un par años de conocernos, nos habían dado una confianza que todavía costaba reconocer cuando nos encontramos por segunda vez, algunas veces nos abrazamos fuerte y nos olimos como cachorros. Nos tomamos de la mano y así pasamos, entre cervezas, cafes e historias en muchos lugares que se quedaran ahí en la memoria. Sentados a la mesa en un bar, pasaban las horas y las cervezas, pero lo que siempre quedaba estático era el deseo de hablar de todo y de nada. Desde mi cabeza, o quizás desde las tripas, algo latía a un ritmo conocido: sal de ahí, Andrea, sal ya, no te metas en esta. Era mi parte animal, un primitivo instinto de conservación, la que me sugería que había posibilidades de terminar convertida en otra de sus mil y una mujeres insignificantes. Pero adicta a todo lo que me hiciera sentir bien, me quedé….me quedé porque realmente supe quien era y así lo valore,
La verdad es que desde que nos conocimos, sabía que tendríamos algo que contar de los dos, y a veces siento que nos tardamos mucho para hacerlo efectivo, tambien pienso que después de conocerle tanto, podría decir mucho sobre él, pero lo único real que puedo decir en este momento: es que me regaló una visión muy grande de lo que quiero y busco en una relación de pareja.
Anoche leí nuestra conversación (que nunca he sido capaz de borrar), me sentí por momentos muy feliz de saber que en algún punto lo tuve para mi, pero llegue a esa parte donde escribió una carta que no era precisamente mia, y me sentí devastada, entendí algo que no había querido entender; y es que yo no soy nadie en su vida, intente pensar qué podíamos hacer muchas cosas juntos pero la realidad es que su corazón está en otro lugar, sus ideales están en coversa con esa persona y todo lo que está haciendo es por esa mujer, (que por supuesto, no le dio el lugar que se merece) Sin embargo después de todo, no me arrepiento, todo lo que di en este tiempo lo hice porque me nacio del alma, todo lo que dije y todo lo que hicimos fue de corazón.
Siempre quise decirle que lo que él decía sentir por ella, no, no era amor, era miedo. Y no debería volver a confundirlos jamás, dejar de ser su víctima. Esa relación más que relación fue un abuso emocional, una enorme manipulación: La mujer tenía otra pareja, algo más de madurez, la incapacidad de aceptarlo por quien es y no por lo que ella esperaba que él fuera, sabía que el era vulnerable, que estaba sensible y roto. Le alimentó la dependencia, lo pisoteó, lo desvalorizo y no dejó pasar oportunidad para hacerlo a un lado. Deshonró todas las promesas de amor y cuidado que seguramente él le hizo mirándola a los ojos. De sus mujeres creo que fue la que peor lo quebró. También fue la que más pensó que amo, pero nunca hubo amor, porque el amor no es nada de eso…
El abuso emocional es el más difícil de identificar. Pero si lo piensas bien, es más o menos así: si te estás aprovechando de una persona que está en inferioridad de condiciones, estás abusando. Ella lo dejó sin recursos emocionales y sin recursos físicos. Tomó su vida, lo quebró. Todo fue de una intensidad abrumadora, espeluznante y durante unos meses todo lo que él quería, era abandonar todo.
En mis últimos meses con él, su vida no tenía demasiado sentido y se que le dolía demasiado: llegué a él, para que se perdonase y se reconfigurase fueron las cosas más duras que me tocó hacer, porque en el fondo yo si estaba viendo su valor, yo si lo admiraba, y de alguna manera yo si lo respetaba. Fui enamorandome de a poco del hombre que estaba enamorado de otra. el mismo hombre que me miraba a los ojos y me contaba con alegría todo lo que soñaba para su vida, y esa vida no era conmigo.
Más que su partida llena de locura infantil, me duele que no pueda darme una oportunidad, que no me pueda querer, que no se de cuenta, de que no soy una pequeña enamorada, soy una mujer que sabe lo que quiere, me duele, todavía duele, va a doler. No pretendo que llegue el momento en que mire atrás y me dé lo mismo. Pero no duele con la intensidad del primer mes, ojalá nunca vuelva a doler así. No lo soportaría. Cuando sales de un video en el que te montaste sola, pasás a un universo paralelo, a una realidad alternativa. Entrás en una especie de extrañamiento: estás como desapegada, paranoica y rota. Te pones alerta y decides hacerte a un lado, con tus sentimientos. Ahora ¿Quién va a ser la próxima persona que me llene? ¿De qué personaje inesperado nacerá la próxima puñalada? Hay que reaprender a mirarse al espejo sin llorar, a volver a confiar en otra persona, a abrirse solo lo suficiente para que nadie te traspase, para que nadie entre en tu vida. Amarte, ponerte en primer lugar y continuar.
Por Andrea Pulido / Senxura Bogotà